Un
día me senté a releer todo lo que he escrito sobre política. Desde Crónica de una Venezuela heroica, pasando por Venezuela polifacética hasta País en construcción. Lo he releído muchísimas veces y todavía me sigo preguntando
porqué mi voz se ha ido desvaneciendo con el transcurrir del tiempo mientras la
situación del país se agrava con cada minuto que pasa. Me he preguntado con
total seriedad porqué mis palabras se han convertido en un simple eco y porqué
mi reflexión se quedó muda, incapaz de transformarse en una acción real. Mi respuesta:
estoy cansada.
Con
cada día que pasa el país pierde brillo ante mis ojos, con cada día que pasa me
decepciono más de mi entorno; cuando me subo al metro y nadie se levanta para
cederle el puesto a quien más lo necesita, cuando tropiezo accidentalmente con
alguien y recibo una mirada furibunda, cuando debo levantarme a las seis de la
mañana un domingo para hacer una cola de hora y media e intentar conseguir
comida… cada vez que salgo a la calle, me veo reflejada en un otro deformado y
solo siento repugnancia.
Lo
cierto es que todos los valores que he cultivado a lo largo de mi vida hoy
colisionan con un mundo degenerado, enfermo, grotesco. La necesidad es nuestro
himno matutino, la desconfianza nuestro escudo y el egoísmo nuestra bandera.
Tenía
pensado escribir, desde hace un tiempo, alguna especulación sobre el
significado de las últimas elecciones. No obstante, el día a día se me viene
encima y pienso que mientras nos encerramos en la idea de haber avanzado hacia
el fin del despotismo... el venezolano se va deshumanizando, movido por el
hambre y el miedo.