He
perdido la cuenta de cuantas veces he intentado escribir un par de líneas sobre
Venezuela. Desde mi última entrada, en febrero, soy incapaz de pronunciarme ante
los sucesos porque me avergüenza profundamente no ser parte de ellos directamente. Todos los
días recibo noticias y rumores sobre el estado de las calles y me invade un sentimiento
de desolación, de impotencia, de desesperación: Caracas, la capital de este
bello país sumido en desgracia, se comporta como un constante foco protestante
mientras en el interior Táchira, Mérida y quien sabe cuántos estados más son
reprimidos con mayor fuerza. Sin embargo, al finalizar el día termina siendo
solo noticias y rumores, pues el gobierno sigue proclamando consignas de amor, de locura y de muerte.
No
voy a explicar los motivos que me retienen en mi hogar, no es lugar para
hacerlo y tampoco pretendo convertir estas palabras en una queja personal. No,
porque mi voz se alza por aquellos que durante dos meses han salido a la calle
y por quienes el día de hoy se reúnen en distintos puntos a rechazar el intento absurdo de crear nuevas políticas educativas que buscan subordinar el
pensamiento estudiantil a un movimiento pintado de rojo cubano. Hoy quiero dedicarles
este espacio a los estudiantes, a mis compañeros, a mi Venezuela.
Desde el miércoles 12 de
febrero hemos vivido sumidos en una constante expectativa. Según los registros
hay al menos cuarenta muertos (si contamos únicamente a los sucedidos en las
protestas); sobre los heridos, desaparecidos o los que se encuentran capturados no es
posible establecer una estadística. A ciencia cierta, nunca sabremos que saldo
de afectados dejó este hito que -digan lo que digan- va a dejar su huella en la
historia del país. Ahora, de qué forma se va a redactar y cómo se manejará
queda en nosotros y las próximas semanas.
Los dirigentes de ambos,
desde mi humilde punto de vista, han tomado decisiones drásticas y erróneas que
día a día solo refuerzan la marcada línea divisoria entre nosotros. Por un lado
escuchamos a una tolda roja gritar improperios sobre USA a la par que emplean
terminologías sorprendentes como “fascista” o “neoclasicista”; del otro, solo
se habla de una invasión cubana en las filas de la GNB y la imposición
graneadita de una dictadura. A los adeptos de los partidos políticos,
naturalmente, solo les resta contemplar cómo se desarrolla este juego mediático
como si se tratara de un partido de ping-pong y a ellos les correspondiera
hacer la barra.
Vengo desde el año pasado
escribiendo cuestiones sobre la mala gestión del chavismo y los nuevos caminos
que puede aportar la oposición; hoy puedo darme cuenta que he visto la
situación desde un ángulo errado. Ir en contra de las corrientes ideológicas
del chavismo no implica inmediatamente que debas ser parte del pensamiento que
la MUD dicta. En simples palabras, no apoyar a un bando no significa que debas irte a las filas del otro. Aun así, soy
de las que piensa que siempre es bueno tener a alguien con buen talante que
vaya a la cabeza. No obstante, me doy cuenta
que antes de esperar algo de una persona particular es necesario contar con la
firmeza de un colectivo; un colectivo que el día de hoy está dividido y no
tiene voluntad para reconciliarse precisamente por causa de esas dos cabezas
que durante años han dominado el terreno político.
Es muy fácil despotricar sobre
la falta de intelecto de Maduro a causa del ingenio que emplea para inventar
hechos y palabras, es fácil mancillar el nombre de Capriles porque en su
momento no hizo más nada que sentarse a esperar señales divinas que aún –por
desgracia- no llegan. Podemos enumerar las razones por las cuales Diosdado debe
ser procesado por la ley y podemos rendir cuenta de la inocencia de Leopoldo.
Podemos escribir miles de páginas sobre los dirigentes políticos, sobre la
corrupción e ineficiencia… pero nunca dejamos de buscar la solución en alguno
de ellos. Obviamente, cada quien por su lado.
Y es este radicalismo el
que, el día de hoy, mueve a los estudiantes a repudiar los partidos políticos
para sostenerse mutuamente bajo el nombre de las casas de estudio. Es esta
falta de voluntad la que orilla a los más jóvenes a construir nuevos caminos. Porque
ellos entienden, y quieren hacernos entender, que antes de esperar que Maduro,
Capriles, Diosdado o Leopoldo solucionen nuestros problemas es necesario que
nosotros mismos busquemos –y queramos- solucionarlos.
Las cosas en Venezuela no
están fáciles, cualquiera con dos dedos de frente puede verlo sea del partido
que sea. Empezando por los problemas económicos, que son la punta de iceberg, y
siguiendo con la centralización de Poderes, que obviamente constituyen nuestro
talón de Aquiles porque jamás encontraremos justicia en esas vías. ¿No acaba el Tribunal Supremo de Justicia decidir que nadie puede protestar sin autorización, yendo en contra de nuestra renombrada Constitución? ¿No afirma la Defensora del Pueblo que todo en Venezuela es como estar de paseo? Es una
situación tan desesperada que ni siquiera tenemos medios –literalmente, los
medios de comunicación nacionales se lavan las manos y no transmiten nada en
tiempo real- para quejarnos. Sin embargo, sostendré siempre que la mayor
desgracia de Venezuela somos los mismos venezolanos.
Y no lo digo para ganarme
enemigos o sonar desdeñosa, sencillamente es una creencia que he comenzado a
forjar desde diciembre cuando sucedieron las elecciones. En esa oportunidad, la abstinencia fue lamentable; dejaron el campo
abierto para que el oficialismo se llenara la boca con frases pretenciosas que
se jactaban de la derrota electoral que el lado opositor había sufrido. Dejar de confiar en el sistema
–en este caso, el Poder Electoral- no significa que dejarás de luchar. Y por
mucha rabia que nos dé al recordar el robo de las elecciones que sufrimos en
abril, cometimos un error grave porque nos resignamos.
Los venezolanos tenemos la
mala costumbre de meter la pata, agotar soluciones obvias y luego resignarnos a
que hay que aceptar lo que venga; no me alcanzan los dedos de la mano para
enumerar a cuantos conozco que son así. ¿Alguien ha tenido oportunidad de
escuchar la frase “El venezolano es muy cómodo”? Podemos repasar la historia de
estos quince años para repasar cuantas veces no se ha cometido una misma acción
equivocada y hoy en día es motivo de mofa para los oficialistas. Una cosa es
tener la imposibilidad de solucionar las cosas y otra muy diferente negarte a
solucionarlas por creer que no hay forma de hacerlo.
Concuerdo en que estamos en
una considerable desventaja, no voy a maquillar mis palabras con mentiras
esperanzadoras. Afuera hay un pueblo que durante días ha paleado las calles,
que ha gritado con mucha fuerza y ha recibido perdigones a mansalva; pero
seguimos sin ser suficientes. Y en este punto debo estar totalmente de acuerdo
con Capriles Radonsky: hasta que la clase obrera, hasta que los del barrio,
hasta que la mayoría sea parte de
este movimiento… no habrá resultados. Aún hay personas disfrutando de la cena
en restaurantes costosos, aún hay gente atiborrándose de cotufas en las salas
del cine. ¿Y mientras? Sigue muriendo gente en la calle, sigue habiendo
represiones en el Táchira y los pocos estados que, con gran valentía, tratan de
dar el ejemplo que Caracas debió dar desde un principio.
He tocado el tema con muchas
personas y siempre recibo la misma respuesta: es imposible cambiar los ideales
de otra persona. ¡Pero yo no pretendo que nadie cambie de ideología! Cada quien
tiene el derecho de pensar lo que le venga en gana y no podemos darnos el lujo
de asumir que se trata simplemente de ignorancia o estupidez. ¿Dicen cosas
ilógicas? ¿Pareciera que cometen barbaridades? ¿Confían en un sistema que
realmente no los toma en cuenta? A nuestra forma de ver es así porque no
entienden, porque son animales sin seso que se conforman con una casita de
ladrillo y cemento barato y hacer colas interminables en el Mercal.
Lo que creo es que
deberíamos empezar a considerar porqué esas personas se sienten cómodas en tal
situación, sin ubicarnos en un nivel superior a ellas y sin alegar que
comprendemos la realidad que viven. ¿No conocen nada mejor? ¿Se sienten parte
de algo? Ellos no tienen la necesidad de cambiar y efectivamente no lo harán mientras
en las marchas opositoras se escuchen consignas poco decorosas en su contra;
porque al pueblo lo que menos les importa es que nos quejemos, les importa la manera
como lo hacemos. Aquí nos percatamos de que podemos ser tan radicales y obtusos
como las personas que criticamos.
Entonces, ¿No hay que
comenzar a pensar en el otro como algo más que un simple adepto a un partido
político? ¿No debemos tener consciencia de que hay más de una Venezuela? No
somos simplemente dos trozos, pues dos mitades no suman una Venezuela. Somos un
nuevo paisaje, uno de múltiples caras en cuyas expresiones se vislumbran la esperanza, la alegría, la melancolía, tristeza,
la decepción, el conformismo, la idolatría y, la peor de todas, la indiferencia.
Este es el legado de la
Venezuela polifacética que Chávez dejó.
Veo las protestas como una
iniciativa maravillosa, estoy muy feliz de ver a mi gente en las calles
aclamando por justicia y paz porque pareciera que Venezuela despierta de un
largo letargo. Es lamentable que ningún canal desee ser testigo de las masacres
que se han visto ni se mencionen los nombres de los que han cogido la peor
parte. Pero lo que más me duele es que aún hay personas cuya vida continua
inmutable y ajena; no dejo de escuchar que en Venezuela no pasará absolutamente
nada y seguiremos en este estado hasta el 2016 (si es que a ese punto no
estamos tan cansados que ni intentamos pedir el revocatorio) o hasta el 2021. Incluso
aunque el gobierno se viniera abajo mañana, tomarían décadas antes de que la
luz bañe las tierras de la pequeña Venecia. Lo que está pasando no es un juego,
aunque Maduro confíe en que su caída en picada es imposible; estamos a las
puertas de un abismo oscuro donde probablemente conseguiremos la llave para un
mejor futuro.
La lucha debe continuar
aunque se nos caiga la piel en pedazos y pavimentemos la calle con sangre,
aunque traguemos gas lacrimógeno y nos caigan a balazos; cansarnos, rendirnos,
ceder no son opciones para el momento crítico que estamos viviendo. Y más
importante, debemos dejar de esperar que nos solucionen los problemas y necesitamos
convertirnos en los líderes que la Venezuela de hoy necesita para salir
adelante. No hace falta un Leopoldo o una María Corina, hacen falta agallas y
–me voy a tomar el atrevimiento de sonar grosera- bolas para salir adelante:
dos cosas que los venezolanos tenemos de sobra y que jamás, en doscientos años
de historia nacional, han conseguido quitarnos.
Ucrania pasó tres meses en
vilo, dispuesta a perderlo todo si eso significaba no arrodillarse ante un
presidente que prefirió verlos arder como Troya antes que admitir la derrota. Tengo
fe en que Venezuela no va a quedarse atrás, creo en la voluntad que tiene y
quiero confiar en que su gente dará la talla en esta batalla tan destructiva
que nos ha ido arrancando la vida a zarpazos brutales.
Desde mi casa no soy la
mejor ayuda, es la verdad. Podrá valer poco lo que hoy escribo y publico desde
la comodidad de una silla giratoria. No tengo la mínima idea de qué hace en
estos momentos la GNB, no sé si continuarán haciendo barricadas para detener a
los colectivos o si mañana despertaré con otros nombres que añadir a la lista
de fallecidos, que empieza a ser demasiado larga. Pero continúo teniendo mi fe
en mi gente. Y por esa fe que tengo seguiré escribiendo para que en cada rincón
del mundo se sepa que luchamos por una mejor Venezuela, para dar testimonio del
dominio total que a punta de vías violentas quieren imponernos.
Alzaré mi voz, aunque sea a
medias.
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