sábado, 26 de abril de 2014

Venezuela polifacética

He perdido la cuenta de cuantas veces he intentado escribir un par de líneas sobre Venezuela. Desde mi última entrada, en febrero, soy incapaz de pronunciarme ante los sucesos porque me avergüenza profundamente no ser parte de ellos directamente. Todos los días recibo noticias y rumores sobre el estado de las calles y me invade un sentimiento de desolación, de impotencia, de desesperación: Caracas, la capital de este bello país sumido en desgracia, se comporta como un constante foco protestante mientras en el interior Táchira, Mérida y quien sabe cuántos estados más son reprimidos con mayor fuerza. Sin embargo, al finalizar el día termina siendo solo noticias y rumores, pues el gobierno sigue proclamando consignas de amor, de locura y de muerte.

No voy a explicar los motivos que me retienen en mi hogar, no es lugar para hacerlo y tampoco pretendo convertir estas palabras en una queja personal. No, porque mi voz se alza por aquellos que durante dos meses han salido a la calle y por quienes el día de hoy se reúnen en distintos puntos a rechazar el intento absurdo de crear nuevas políticas educativas que buscan subordinar el pensamiento estudiantil a un movimiento pintado de rojo cubano. Hoy quiero dedicarles este espacio a los estudiantes, a mis compañeros, a mi Venezuela.




Desde el miércoles 12 de febrero hemos vivido sumidos en una constante expectativa. Según los registros hay al menos cuarenta muertos (si contamos únicamente a los sucedidos en las protestas); sobre los heridos, desaparecidos o los que se encuentran capturados no es posible establecer una estadística. A ciencia cierta, nunca sabremos que saldo de afectados dejó este hito que -digan lo que digan- va a dejar su huella en la historia del país. Ahora, de qué forma se va a redactar y cómo se manejará queda en nosotros y las próximas semanas.

Los dirigentes de ambos, desde mi humilde punto de vista, han tomado decisiones drásticas y erróneas que día a día solo refuerzan la marcada línea divisoria entre nosotros. Por un lado escuchamos a una tolda roja gritar improperios sobre USA a la par que emplean terminologías sorprendentes como “fascista” o “neoclasicista”; del otro, solo se habla de una invasión cubana en las filas de la GNB y la imposición graneadita de una dictadura. A los adeptos de los partidos políticos, naturalmente, solo les resta contemplar cómo se desarrolla este juego mediático como si se tratara de un partido de ping-pong y a ellos les correspondiera hacer la barra.

Vengo desde el año pasado escribiendo cuestiones sobre la mala gestión del chavismo y los nuevos caminos que puede aportar la oposición; hoy puedo darme cuenta que he visto la situación desde un ángulo errado. Ir en contra de las corrientes ideológicas del chavismo no implica inmediatamente que debas ser parte del pensamiento que la MUD dicta. En simples palabras, no apoyar a un bando no significa que  debas irte a las filas del otro. Aun así, soy de las que piensa que siempre es bueno tener a alguien con buen talante que vaya a la cabeza. No obstante, me doy cuenta que antes de esperar algo de una persona particular es necesario contar con la firmeza de un colectivo; un colectivo que el día de hoy está dividido y no tiene voluntad para reconciliarse precisamente por causa de esas dos cabezas que durante años han dominado el terreno político.

Es muy fácil despotricar sobre la falta de intelecto de Maduro a causa del ingenio que emplea para inventar hechos y palabras, es fácil mancillar el nombre de Capriles porque en su momento no hizo más nada que sentarse a esperar señales divinas que aún –por desgracia- no llegan. Podemos enumerar las razones por las cuales Diosdado debe ser procesado por la ley y podemos rendir cuenta de la inocencia de Leopoldo. Podemos escribir miles de páginas sobre los dirigentes políticos, sobre la corrupción e ineficiencia… pero nunca dejamos de buscar la solución en alguno de ellos. Obviamente, cada quien por su lado.

Y es este radicalismo el que, el día de hoy, mueve a los estudiantes a repudiar los partidos políticos para sostenerse mutuamente bajo el nombre de las casas de estudio. Es esta falta de voluntad la que orilla a los más jóvenes a construir nuevos caminos. Porque ellos entienden, y quieren hacernos entender, que antes de esperar que Maduro, Capriles, Diosdado o Leopoldo solucionen nuestros problemas es necesario que nosotros mismos busquemos –y queramos- solucionarlos.

Las cosas en Venezuela no están fáciles, cualquiera con dos dedos de frente puede verlo sea del partido que sea. Empezando por los problemas económicos, que son la punta de iceberg, y siguiendo con la centralización de Poderes, que obviamente constituyen nuestro talón de Aquiles porque jamás encontraremos justicia en esas vías. ¿No acaba el Tribunal Supremo de Justicia decidir que nadie puede protestar sin autorización, yendo en contra de nuestra renombrada Constitución? ¿No afirma la Defensora del Pueblo que todo en Venezuela es como estar de paseo? Es una situación tan desesperada que ni siquiera tenemos medios –literalmente, los medios de comunicación nacionales se lavan las manos y no transmiten nada en tiempo real- para quejarnos. Sin embargo, sostendré siempre que la mayor desgracia de Venezuela somos los mismos venezolanos.

Y no lo digo para ganarme enemigos o sonar desdeñosa, sencillamente es una creencia que he comenzado a forjar desde diciembre cuando sucedieron las elecciones. En esa oportunidad, la abstinencia fue lamentable; dejaron el campo abierto para que el oficialismo se llenara la boca con frases pretenciosas que se jactaban de la derrota electoral que el lado opositor había sufrido. Dejar de confiar en el sistema –en este caso, el Poder Electoral- no significa que dejarás de luchar. Y por mucha rabia que nos dé al recordar el robo de las elecciones que sufrimos en abril, cometimos un error grave porque nos resignamos.

Los venezolanos tenemos la mala costumbre de meter la pata, agotar soluciones obvias y luego resignarnos a que hay que aceptar lo que venga; no me alcanzan los dedos de la mano para enumerar a cuantos conozco que son así. ¿Alguien ha tenido oportunidad de escuchar la frase “El venezolano es muy cómodo”? Podemos repasar la historia de estos quince años para repasar cuantas veces no se ha cometido una misma acción equivocada y hoy en día es motivo de mofa para los oficialistas. Una cosa es tener la imposibilidad de solucionar las cosas y otra muy diferente negarte a solucionarlas por creer que no hay forma de hacerlo.

Concuerdo en que estamos en una considerable desventaja, no voy a maquillar mis palabras con mentiras esperanzadoras. Afuera hay un pueblo que durante días ha paleado las calles, que ha gritado con mucha fuerza y ha recibido perdigones a mansalva; pero seguimos sin ser suficientes. Y en este punto debo estar totalmente de acuerdo con Capriles Radonsky: hasta que la clase obrera, hasta que los del barrio, hasta que la mayoría sea parte de este movimiento… no habrá resultados. Aún hay personas disfrutando de la cena en restaurantes costosos, aún hay gente atiborrándose de cotufas en las salas del cine. ¿Y mientras? Sigue muriendo gente en la calle, sigue habiendo represiones en el Táchira y los pocos estados que, con gran valentía, tratan de dar el ejemplo que Caracas debió dar desde un principio.

He tocado el tema con muchas personas y siempre recibo la misma respuesta: es imposible cambiar los ideales de otra persona. ¡Pero yo no pretendo que nadie cambie de ideología! Cada quien tiene el derecho de pensar lo que le venga en gana y no podemos darnos el lujo de asumir que se trata simplemente de ignorancia o estupidez. ¿Dicen cosas ilógicas? ¿Pareciera que cometen barbaridades? ¿Confían en un sistema que realmente no los toma en cuenta? A nuestra forma de ver es así porque no entienden, porque son animales sin seso que se conforman con una casita de ladrillo y cemento barato y hacer colas interminables en el Mercal.

Lo que creo es que deberíamos empezar a considerar porqué esas personas se sienten cómodas en tal situación, sin ubicarnos en un nivel superior a ellas y sin alegar que comprendemos la realidad que viven. ¿No conocen nada mejor? ¿Se sienten parte de algo? Ellos no tienen la necesidad de cambiar y efectivamente no lo harán mientras en las marchas opositoras se escuchen consignas poco decorosas en su contra; porque al pueblo lo que menos les importa es que nos quejemos, les importa la manera como lo hacemos. Aquí nos percatamos de que podemos ser tan radicales y obtusos como las personas que criticamos.

Entonces, ¿No hay que comenzar a pensar en el otro como algo más que un simple adepto a un partido político? ¿No debemos tener consciencia de que hay más de una Venezuela? No somos simplemente dos trozos, pues dos mitades no suman una Venezuela. Somos un nuevo paisaje, uno de múltiples caras en cuyas expresiones se vislumbran la esperanza, la alegría, la melancolía, tristeza, la decepción, el conformismo, la idolatría y, la peor de todas, la indiferencia.

Este es el legado de la Venezuela polifacética que Chávez dejó.

Veo las protestas como una iniciativa maravillosa, estoy muy feliz de ver a mi gente en las calles aclamando por justicia y paz porque pareciera que Venezuela despierta de un largo letargo. Es lamentable que ningún canal desee ser testigo de las masacres que se han visto ni se mencionen los nombres de los que han cogido la peor parte. Pero lo que más me duele es que aún hay personas cuya vida continua inmutable y ajena; no dejo de escuchar que en Venezuela no pasará absolutamente nada y seguiremos en este estado hasta el 2016 (si es que a ese punto no estamos tan cansados que ni intentamos pedir el revocatorio) o hasta el 2021. Incluso aunque el gobierno se viniera abajo mañana, tomarían décadas antes de que la luz bañe las tierras de la pequeña Venecia. Lo que está pasando no es un juego, aunque Maduro confíe en que su caída en picada es imposible; estamos a las puertas de un abismo oscuro donde probablemente conseguiremos la llave para un mejor futuro.

La lucha debe continuar aunque se nos caiga la piel en pedazos y pavimentemos la calle con sangre, aunque traguemos gas lacrimógeno y nos caigan a balazos; cansarnos, rendirnos, ceder no son opciones para el momento crítico que estamos viviendo. Y más importante, debemos dejar de esperar que nos solucionen los problemas y necesitamos convertirnos en los líderes que la Venezuela de hoy necesita para salir adelante. No hace falta un Leopoldo o una María Corina, hacen falta agallas y –me voy a tomar el atrevimiento de sonar grosera- bolas para salir adelante: dos cosas que los venezolanos tenemos de sobra y que jamás, en doscientos años de historia nacional, han conseguido quitarnos.

Ucrania pasó tres meses en vilo, dispuesta a perderlo todo si eso significaba no arrodillarse ante un presidente que prefirió verlos arder como Troya antes que admitir la derrota. Tengo fe en que Venezuela no va a quedarse atrás, creo en la voluntad que tiene y quiero confiar en que su gente dará la talla en esta batalla tan destructiva que nos ha ido arrancando la vida a zarpazos brutales.

Desde mi casa no soy la mejor ayuda, es la verdad. Podrá valer poco lo que hoy escribo y publico desde la comodidad de una silla giratoria. No tengo la mínima idea de qué hace en estos momentos la GNB, no sé si continuarán haciendo barricadas para detener a los colectivos o si mañana despertaré con otros nombres que añadir a la lista de fallecidos, que empieza a ser demasiado larga. Pero continúo teniendo mi fe en mi gente. Y por esa fe que tengo seguiré escribiendo para que en cada rincón del mundo se sepa que luchamos por una mejor Venezuela, para dar testimonio del dominio total que a punta de vías violentas quieren imponernos.

Alzaré mi voz, aunque sea a medias. 

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