Sabes que quedándote en casa no haces nada. Pero
también sabes que eso de salir a la calle no va contigo y que por más que la
situación se haya tornado insoportable tú, sí, tú, piensas siempre en lo peor,
en las consecuencias y tú, sí, tú, no quieres causarle ese dolor a tu familia.
Que se
enteren de tu muerte por redes sociales, que se queden esperando que vuelvas de
la marcha. Hambriento, sediento, coñaceado pero vivo.
Temes al dolor, a las multitudes, a todo lo que una
marcha implica. Aún así encuentras la manera de sufrir, porque la situación no
puede ignorarse, porque necesitas saber que está pasando. Entonces empieza, las
imágenes, las películas, las fotografías, los vídeos, todo lo que te recuerde a
represión, a guerra, a muerte, a dolor… y las luces te hacen doler la cabeza, y
un hormigueo se apodera de tus manos, y algo te hace doler el pecho, se te hace
un nudo en la garganta y sientes que vas a llorar de la impotencia. Pero, ¿qué
queda para el que no sale a luchar?
No soy una persona política, me considero apolítico
y no le veo sentido a cambiar la cara del sistema, no le veo sentido a marchar
para que todo el sacrificio termine en vano.
Que la
muerte de ese muchacho, como las de los de años anteriores, como las de todos
los días en este maldito país, termine olvidada. Que haya muerto por nada, eso
es lo aterrador.
El que se queda en casa carga con esa muerte,
porque siente la necesidad de hacer algo, de luchar a su propio modo. Para mí.
No es solo lo político es todo. Pero es indudable e innegable que este gobierno
no da para más. Que nos morimos, de hambre, por falta de medicinas, por falta
de seguridad. Es un gobierno que ampara al hampa y desampara al ciudadano. Me
pregunto, ¿es así en Cuba, en China, en Korea del norte o cualquier país que se
haga llamar comunista o gobierno popular?
Yo no salgo a la calle, yo no sigo a la oposición
(pero opositor soy), me quedo en casa y veo las noticias de vez en cuando. Pero
la situación, la crisis, se pueder ver con solo abrir la nevera, con mirar por
la ventana e incluso con verse en el espejo.
Somos
unos condenados a muerte. El crimen fue querer una vida mejor. En el 98, en el
99, ahora… El crimen fue tener esperanzas y no escuchar las advertencias. Aquí
estamos y quienes pagan en verdad son las nuevas generaciones. Las que,
verdaderamente, no conocen otro gobierno. A las que les cercenaron las alas al
nacer, a los que no emprenden, sobreviven.
Yo no salgo a la calle, yo no apoyo a la oposición
(pero opositor soy), me quedo en casa y veo las noticias de vez en cuando. Pero
creo que es mi deber, y una necesidad, hablarlo, darlo a conocer al menos a una
o dos personas, quizás a nadie. Pero lo habré hecho, lo habré intentado a mi
manera. Porque yo no salgo, escribo. Escribo por necesidad, porque mi voz no
sale con el nudo que tengo en la garganta, pero puedo escribir aunque me
tiemblen las manos.
Espero que las muertes, que ese muchacho, no
terminen en el olvido y que más que convertirse en mártires, porque mártires no
hacen falta, sirvan para que no desistan los que salen a la calle, que sirva
para perturbar el sueño de quienes torturan a su país, de los que dejan morir a
quienes los escogieron.
Yo escribo porque lo necesito, porque esto debe
saberse y porque ya no puedo conmigo y esta situación. Deseo asistir a clases
para poder graduarme pero tengo que ponerlo en la balanza, solo con
insistencia, tal vez, se pueda sacar a estos menos que mediocres.
Asistir a clases es extraño, vas y te preguntas si
podrás volver a casa, te preguntas que haces allí sentado en un pupitre mirando
con ojos de cabra degollada al profesor mientras otros planean el siguiente
movimiento. Quedarte en casa también es extraño, es estar sentado frente al
monitor sin poderte convencer de hacer algo de la universidad, sin querer hacer
nada porque no puedes dejar de pensar que algo está por pasar, porque sabes que
hay personas siendo apaleadas, jóvenes como tú, sí, tú, recibiendo perdigonazos
y bombas lacrimógenas, que hay inocentes sufriendo lo mismo solo por estar
cerca del sitio.
Escribo
desde la incertidumbre. Desde el deseo de que haya paz y no solo victoria. En
el ecuador no hay primavera.
(Hace varias noches una voz irrumpió en el silencio
de la noche, aquí donde nada sucede, y gritó “no más dictadura”. Fue un gritó
que inundó súbitamente todo y que cargó el aire con la necesidad de salir de
esto.)
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