<<Si
nos van a seguir robando
Al
menos cámbienos los ladrones>>
Desorden
Público
A mí nunca me gustó el quesillo. En una
casa ajena, la hora del postre es siempre la misma escena: el cafecito, la
pregunta “¿quieres quesillo?” y mi respuesta: una cara feliz, incómoda, cándida
y negativa a la vez. Yo sé que nadie me ofrece quesillo a maldad y no espero
que todo el mundo sepa que no me gusta, por eso contesto con mi cara que
agradece la amabilidad pero repudia el postre que me sabe a podrido. Cada vez
que me preguntan qué pienso de la situación de mi país, recurro a “la cara del
quesillo”.
La oposición venezolana, civiles y
figuras políticas, me parece como una pista de carritos chocones: cada uno en
una dirección sin sentido que hace que choque con los demás. Nadie está de
acuerdo. Mientras unos quieren sangre, otros quieren dialogo. Algunos afirman
que hay traidores, algunos forman santuarios con todas sus figuras bien
ordenaditas. Pero si en algo están de acuerdo todos es que están jugando el
mismo juego: quieren a este gobierno fuera.
Los invito a considerar mi perspectiva:
este gobierno lleva 19 años, el total de mi vida. El otro día con mi papá
tratábamos de calcular qué presidente estaba en el poder en Estados Unidos
cuando el Muro de Berlín cayó, y lo que más me sorprendió fue la cantidad de dirigentes
que tuvimos que pasar porque no lo encontrábamos. En los 28 años que duró el
Muro, hubo seis presidentes. Me di cuenta que había olvidado que eso es lo que
pasa en un país normal. Entonces, 19 años en un solo gobierno que tomó todos
los poderes, todas las maneras en que podemos escogerlos y los organismos que
antes solían defendernos, y ahora nos atacan, me hizo ver que aunque exista una
salida, es una bastante remota, complicada. Pero todo el mundo cree que yo debería
tenerla clara. Hay en Venezuela una obligación tacita de tener un plan, una
idea: “no, lo que necesitamos es seguir marchando”, “aquí hace falta
intervención extranjera”, “necesitamos un verdadero dirigente”. Yo me pregunto
cómo sacan esas conclusiones tan rápido y con tanta seguridad. Admiro la
constancia y la fuerza con la que luchan por estos ideales, pero a mí lo único
que me genera esta incertidumbre de cómo recuperar este país hundido en todos
los tipos de miseria que se puedan mencionar, es la cara del quesillo.
No es indiferencia, porque a pesar de
todo, Venezuela es mi país y lo quiero mucho, pero simplemente no sé en qué ni
en quién confiar. ¿Las manifestaciones? Hasta hoy, 21 de abril, van dos semanas
llenas de ellas, y yo no veo que pase nada. Cabello aún quiere matarnos a todos
y Maduro sigue bailando salsa (y Roque Valero jalando bolas, pero eso no creo que deje de pasar nunca),
por lo tanto, no me voy a parar a decir: “Venezuela, hay que seguir marchando”
¿Por qué? (y por qué la gente debería hablar con más delicadeza del asunto)
porque las manifestaciones incluyen heridos, muertes; hay que dejarse de paja:
este año la represión no tiene límites (y los colectivos que no tienen perdón).
“Ah bueno, entonces ¿qué sugieres tú que hagamos?”. Cara del quesillo.
Yo me dejo que me digan lo que quieran:
que no me interesa, que soy una cobarde, escuché que ahora está de moda decir
“traidor” incluso del lado opositor, adelante. Porque la que lleva 19 años
viendo (a veces yendo) a marchas, la que vio un Manuel Rosales, un Capriles, el
encierro de Leopoldo, y al mismo tiempo a Chávez mandar a lanzar gas del bueno
y a Maduro decir “mariposón”, soy yo. Me están ofreciendo un quesillo, que
bueno que tengas las mejores intenciones, pero es que no me gusta. Me da
esperanza la señora frente a la tanqueta, el muchacho desnudo, los de la
Central auxiliando a los reprimidos, pero a la mañana siguiente me encuentro
con cosas como que los opositores pertenecen al río de mierda que es el Guaire
¿recuerdan? ¿Aquél en el que Chávez prometió una vez que nos bañaríamos?
Verónica Florez
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