Sinopsis
[Alianza Editorial]
Inválido de guerra, Sir
Clifford Chatterley y su esposa Connie llevan una existencia acomodada,
aparentemente plácida, rodeada de los placeres burgueses de las reuniones
sociales y regida por los correctos términos que deben ser propios de todo buen
matrimonio. Connie, sin embargo, no puede evitar sentir un vacío vital.
La irrupción en su vida
de Mellors, el guardabosque de la mansión familiar, la pondrá en contacto con
las energías más primarias e instintivas y relacionadas con la vida. La fuerte
corriente relacionada con la energía sexual que recorre casi toda la obra de D.
H. Lawrence encuentra una de sus máximas expresiones en El amante de Lady Chatterley, novela que se vio envuelta en la
polémica y el escándalo desde el momento de su aparición.
***
Lo más gracioso de leer «libros
prohibidos» es que la mayoría de las veces el escándalo que produjeron en su
época hoy se queda mudo. Sin embargo, comprendiendo el contexto puritano donde se
originó esta novela, resulta comprensible que D. H. Lawrence haya sido víctima
de ostracismo deliberado.
El
amante de Lady Chatterley busca generar gran impacto en el
lector, pero hoy se queda en simple intención. El único motivo para repudiar el
libro es su componente sexual explícito; la infidelidad ha sido tema habitual
en la literatura, no hiere sensibilidades mientras se mantenga en el papel. Y
una vez retirada la etiqueta de novela polémica, la obra naufraga en un mar de
sin sentidos donde la protagonista no sabe si hundirse en el barco o lanzarse por
la borda para morir más rápido.
Connie es un personaje muy
soso. No tiene encanto, no tiene aspiración alguna; lejos de pensar que actúa
por amor (como la rubia Isolda) o por ansia de vivir algo más que una vida
cómoda y rústica (como Emma Bovary), Lady Chatterley da tumbos entre hombre y
hombre pretendiendo hacerse un lugar propio. Si tuviera que definirla en una
frase sencilla: está muerta por dentro. Y quizás esto sea lo más destacable e
impresionante de la novela.
Hay un ambiente de
inconformidad absoluta, muy al estilo del siglo XX. No sólo está presente el
tema del proletariado, que degeneró a la sociedad inglesa desde su raíz, sino
que se adentra en un aspecto más profundo: el ser humano desea siempre la vida
que no tiene.
El tono de Lawrence es
melancólico, como si intentara recuperar algo perdido; es fácil distinguir su
voz entremezclada con la de su protagonista, por lo cual el producto final nos
revela un texto plagado de reflexiones ajenas al romance extramarital. Si algo
caracteriza a El amante de Lady Chaterley
es que ninguno de sus elementos parece ser homogéneo porque mientras intentan
relacionarse y avanzar, caen en un abismo patético donde el final feliz (que
debería ser una revelación, una realización) suena más que ridículo: imposible,
irreal.
Considero que tiene breves
momentos estelares, ligeros instantes que desaparecen dejando una falsa
sensación de abrumo. No obstante, el sexo, el amor y la intelectualidad quedan
reducidos a un simple adorno. Recuerdo que mientras leía escribí: «mi ardor por
este libro es como la pasión de Connie: ambivalente»; mantengo esa idea,
considero que esa palabra podría sintetizar perfectamente la novela de
Lawrence.
No es una novela para todo
el mundo, especialmente porque tiene demasiados matices vulgares. Hay un
constante vaivén de emociones y pensamientos que te impide disfrutarla, pero
tampoco te incitan a odiarla; hay cierto valor recluido que deshecha la
posibilidad de considerarla una mala novela. Y realmente no sé qué efecto
colateral puede producirle en la posteridad donde el culto literario poco a
poco se muere y donde nos parecemos más a Constance Reid de lo que nos
gustaría.
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