Argumento [Salamandra]
Su protagonista, Christopher Boone, es
uno de los más originales que han surgido en el panorama de la narrativa
internacional en los últimos años, y está destinado a convertirse en un héroe
literario universal de la talla de Oliver Twist y Holden Caulfield. A sus
quince años, Christhoper Boone, conoce las capitales de todos los países del
mundo, puede explicar la teoría de la relatividad y recitar los números primos
hasta el 7.507 pero le cuesta relacionarse con otros seres humanos. Le gustan
las listas, los esquemas y la verdad, pero odia el amarillo, el marrón y el
contacto físico. Si bien nunca ha ido solo más allá de la tienda de la esquina,
la noche que el perro de la vecina aparece atravesado por un horcón,
Christopher decide iniciar la búsqueda del culpable.
***
Mi primera impresión sobre El curioso incidente del perro a medianoche
(2003) fue: voy a adorarlo. Me gusta cuando los autores enfrentan realidades
incómodas y escriben sobre temas desconocidos. Día a día nos topamos con gente
que padece enfermedades, condiciones o trastornos sin siquiera darnos cuenta;
el trastorno del espectro autista es uno de esos casos, quienes lo padecen son
víctimas de la ignorancia colectiva que nos permite juzgar y perder la
paciencia si alguien nos parece raro.
Reconoceré el trabajo realizado por Mark
Haddon. Esta es una novela realista porque su personaje es real; no hay manías
exageradas ni escenas que intenten explicar por qué Christopher Boone es
extraño. La pregunta más recurrente que me hice a lo largo del libro fue cómo
determinar si una persona no es normal, cuando su carácter y su forma de ver el
mundo responden a una lógica superior a la tuya. Las etiquetas de común acuerdo
son engullidas por el TEA, pues a veces lo inusual tiene sentido.
Lo mejor de El curioso incidente del perro a medianoche: no pretende jugar con
la sensibilidad del lector sino presentar lo que concebimos extraño como algo
normal. Porque sí, los días pueden ser negros dependiendo de la cantidad de
autos amarillos vistos, la comida revuelta puede causar ansiedad e incomodidad,
el tacto humano puede generar más que un disgusto leve... Y la ficción puede
hacer tanto daño como una mentira.
Christopher es un buen personaje porque
hay un trasfondo detrás de él; existe la intención de un autor por ser fiel y
honesto con un tema que no carece de importancia. Desde ese punto de vista, es
comprensible la cantidad innumerable de galardones que está novela obtuvo.
Yo creo que los números primos son como la vida. Son muy lógicos pero no
hay manera de averiguar cómo funcionan, ni siquiera aunque te pasaras todo el
tiempo pensando en ellos.
Ahora... ¿Qué pasa con el argumento?
No sé si habré malinterpretado las
cosas, pero la edición que manejé (citada al inicio de esta reseña) vende el
libro como una novela policíaca y de misterio, aproximándola incluso al público
infantil. La propuesta era tremendamente seductora: un niño con problemas para
relacionarse con las personas, que desea descubrir a un asesino. ¿Cómo no puede
venderse bien? Todos queremos leer momentos incómodos y situaciones
desagradables, todos queremos ser capaces de descubrir la verdad.
Sin embargo, todo lo que sale en la
contraportada se evapora mientras vas pasando las páginas. El crimen no resulta
ser más que una -terrible, lamentable y predecible- circunstancia y lo único
que prevalece es una pareja rota (dos padres agobiados) por la responsabilidad
de hacerse cargo de un adolescente demasiado diferente.
Esa chispa que hay en Christopher... Me
da la impresión de que se va apagando paulatinamente. Leer su descubrimiento
sobre la verdad se asemejó a un suicidio involuntario; hay algo que muere en él
y no me atrevería a determinar qué (¿su inocencia, quizás?). Hay un punto donde
ns preguntamos, ¿qué tiene de curioso el incidente a media noche, si al final
la muerte del perro termina impune? ¿Será el asesinato de Wellington una muerte
alegórica, el asesinato despiadado de un espíritu ingenuo? No me parece casual
que ambos hayan sido víctimas del egoísmo adulto.
En retrospectiva, puede que si hubiese
un crimen.
Confiaré, con un poco de vergüenza, que
dejé de interesarme por cómo terminaba el libro. Lo terminé casi obligada,
sintiéndome decepcionada, porque no había ningún hilo firme (o yo no lo
encontré) que condujera las acciones; al final todo se precipitó, el mundo de
la novela entra en un estado caótico donde la rapidez vale más que la
eficiencia.
Creo que toda persona se verá obligada a
encontrarse con este libro, ya que está concebido como un clásico de la
literatura. Yo invitaría a cualquiera aproximarse a él, para que me explique el
sentido del absurdo desenlace.
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