"Es en la crisis donde aflora lo mejor de cada uno, porque
sin crisis todo viento es caricia.
Hablar de crisis es promoverla, y callar en la crisis es exaltar el conformismo."
Hablar de crisis es promoverla, y callar en la crisis es exaltar el conformismo."
Albert Einstein
Los
(insólitos) eventos de esta semana revitalizaron mi espíritu, incitándome a
escribir nuevamente sobre la triste realidad que día a día soportamos los
venezolanos. Aunque la tonalidad de mis entradas anteriores está marcada por la
decepción y cierta resignación, permanezco
en la fila de soñadores: sigo sin aceptar el panorama inhumano que me atormenta
desde la calle o, en su defecto, desde los patéticos titulares de la prensa
nacional. Y lo reniego porque a mí no me criaron para seguir los parámetros de
la barbarie.
He
visto, gracias a las fantásticas redes sociales, a personas cruzando ríos -con
y sin bote-, despejando caminos donde casualmente un árbol se atravesó,
sorteando la distancia entre ciudad y ciudad en buses, soportando el clima
inestable (sol, lluvia, sol, lluvia…) desde la primera hora de la mañana; todo
para conseguir plasmar su huella en un aparato que hoy por hoy genera tremenda
desconfianza a causa de su procedencia.
Sí,
me refiero al aclamado proceso de validación de las firmas para el revocatorio;
un paso menos de la interminable pista de obstáculos construida eficazmente por
el CNE. Sin embargo, yo no quiero detenerme en el análisis de esto; no me voy a
concentrar en posibles escenarios futuros ni apoyaré ni desacreditaré la vía
elegida por la oposición; no lo haré porque no quiero hablar de los disque
líderes, sino de la gente. Mi gente.
La
tipología del venezolano siempre ha sido doble: el vivaracho, el astuto, el
aprovechado; contrapuesto al esforzado, al leal, al audaz. Nuestra cultura tiene
cabida para la dualidad que nos compone, sabemos amoldarnos a las situaciones y
sacarles el mínimo beneficio; nada nos derrumba. Nos rige esa desvergüenza inocentona
que, como he aclarado en escritos anteriores, se fue empobreciendo con el
tiempo hasta reducirnos al “un venezolano cada vez más necesitado, desconfiado
y egoísta”.
Cuando
se avecina un gran suceso político, es decir, cualquier cosa que en este país
se asemeje a un proceso electoral, parecemos hombres nuevos. La esperanza nos
pinta el rostro de azul, evocamos las frases de Bolívar y escuchamos
embebecidos las palabras de nuestros ídolos actuales. Yo misma he sufrido los
efectos de esa ansia por “el Cambio” (así, con mayúsculas). No obstante, creo
que el Revocatorio nos cambió.
Se
ha querido permear estas increíbles hazañas con un espíritu democrático:
votemos, el presidente se dará cuenta que no lo queremos, se marchará.
Probablemente eso es lo que todos se repiten antes de dormir para darse ánimos,
pues al día siguiente deberá asumir otras responsabilidades más crueles: conseguir
y procurar el sustento para una familia desgastada por privaciones atroces. ¿Cree
el venezolano actual que el Revocatorio tendrá un resultado positivo? Yo me
atrevería a decir que no. Nadie confía en nada que provenga del gobierno.
Entonces, ¿por qué se sigue votando en esta Venezuela burócrata y corrupta?
En
el párrafo anterior me refería a “privaciones atroces”. ¿Cuáles son las
privaciones atroces que puede sufrir un ser humano? Falta de comida, agua,
medicinas, seguridad (plus: luz). Lo más inhumano que existe en el mundo es la
necesidad, especialmente cuando se vive en un país con recursos suficientes
para erradicar la palabra del vocabulario. Venezuela hoy es sinónimo de
necesidad porque, francamente, es lo único que nos sobra.
Luis
Fuenmayor Toro en un artículo para la web Runrunes comentó que “vivir [en
Venezuela] se ha convertido en un sufrimiento”. Nada más certero y cruel que
esta frase. Nos acosa una especie de desesperación, impotencia, tristeza,
desesperanza. Nadie quiere soñar con la futura Venezuela cuando la Venezuela
que tenemos se exhibe desnuda y violentada; sus grietas son visibles, así que
no podemos evadirla, se presenta chillando cual Gorgona para que la veamos de
frente y asumamos la responsabilidad que nos corresponde.
Esa
riqueza emulada por discursos prefabricados se gastó. ¿Quién puede sentirse
orgulloso de la miseria preponderante en nuestro país? ¿Quién puede sentirse
seguro y feliz cuando los niños mueren de hambre, los ancianos son abandonados
en las calles y padecemos enfermedades severas que no pueden ser tratadas por
falta de insumos?
La
crisis nos ha hecho reconocer muchos errores. Sentimos con verdadero dolor la
fractura que llevamos adentro y se parece bastante a un corazón roto. Hay
ilusiones que se desvanecieron de golpe y otras se fueron agujereando con el
tiempo. Mónica Spear le puso nombre a la inseguridad; Oliver Sanchez y Susana
Duijm a la falta de medicinas; Leopoldo López a los presos políticos… y la
lista de nombres que arrastran otros miles de nombres y casos continúa. Miedo,
hambre, enfermedad, corrupción, injusticia… Son hechos constantes, tienen
viejas raíces; pero ahora no pueden dudarse. Tienen ojos, bocas, oídos, son
humanos y convivimos con ellos todos los días.
El
cruel beneficio de esta situación es irrisorio: hizo despertar del letargo a
muchísimas personas. Se acabó la manutención de la bonanza petrolera. El único
recurso auténtico es la voluntad de exigir un trato digno, respetuoso, sincero:
humano. Lo más crudo no ha sido darnos cuenta de que los líderes fallaron, como
han fallado a lo largo de nuestra historia; lo más terrible ha sido entender
que la falla nació en nosotros. Y ese nosotros abarca una totalidad: oposición,
chavismo, militares, civiles, mujeres, hombres… Venezuela.
Humildemente, pienso que Revocatorio no es una prueba de nuestra alma democrática ni es el
sueño de una futura Venezuela; es una exigencia, una advertencia dirigida a
Nicolás Maduro, pero también al bando opositor. Señores, la necesidad puede más
que cualquier ideología; y cuando se hacen oídos sordos a las peticiones de un
pueblo consciente de su realidad y dispuesto a defender lo que merece…
cualquier partido político puede ser anulado.
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