Es difícil darse cuenta de
que el tiempo pasa factura sin considerar qué tan lleno está el bolsillo. No
tengo la seguridad de que hayan pasado más de cinco meses (quienes me conocen
saben que soy mala con las cuestiones matemáticas y no pretenderán que cuente
los días exactos) desde que me gradué del colegio, pero la persona que se subió
a una tarima para recibir el título de bachiller es muy diferente a la que
pretende recibir el nuevo año en diciembre.
A lo largo de nuestra vida
somos víctimas de ladrones de sueños, de tiranos pesimistas, de imposiciones
ajenas. Vivimos cercados por las expectativas de lo que quieren que seamos, sin
tener la certeza de quienes somos realmente. Nos limitamos a analizar el
panorama que otros dibujan sin tener el coraje de coger el pincel. Mas lo
cierto es que constantemente hay un aspecto que juega las cartas de la baraja
en nuestro lugar, por debajo de la mesa y pasando desapercibido: El Cambio.
Todos somos propensos a
sufrir transformaciones. Con cada minuto que pasa envejecemos, con cada
experiencia ganamos sabiduría, con cada encrucijada se abren caminos; y es por
esa razón, al menor resquicio de oportunidad buscamos representar el papel de
nuestras vidas. Y el resultado es un collage repleto de ideas, expectativas,
ilusiones y decisiones surgidas durante la transición.