La obra poética de Blanca Varela (1926-2009) está plaga de elementos que evocan el escepticismo, el desengaño, la frustración, la soledad y la melancolía; siendo estos los más resaltantes, está presente también un profundo cuestionamiento no solo de la existencia individual del hombre sino del lenguaje como testigo y perito de la realidad, pues es solo a través del poema donde este adquiere su máxima expresión y permite acceder a la verdadera esencia de las cosas.
Las fuentes artísticas de Blanca Varela, no son pocas y es necesario buscarlas en la pintura, en la escultura, en la literatura; se trata de una exploradora adelantada que se despoja de los accesorios, aventajándose a los grandes maestros “como el árbol que busca madurar, impone la distancia” (Castañón, 1996). Frecuentó diferentes círculos artísticos, próximos a poetas como Carlos Martínez Rivas y Octavio Paz, por lo que su poesía se vio constantemente nutrida.
En síntesis, su poesía es una recopilación de su propia experiencia, es decir, la fábula de un proceso que nace en el escepticismo, en la duda, en la sospecha de que lo percibido y conocido puede ser simplemente una ilusión.
A raíz de la pérdida de cualquier certeza, el desengaño se erige como el protagonista de sus poemas porque es en él donde encuentran convergencia el violento (auto)ostracismo y la melancolía de una inocencia interrumpida, dos castigos que considera son una condena inevitable.