Lo
primero que pasa por mi mente ante la idea de escribir un comentario sobre Memoria del Silencio es que no importa
cuantas líneas conformen este escrito, jamás podré darle una clasificación
justa ni clara. Supongo que lo más difícil es tener que ser objetivo y
profesional cuando en realidad tienes una maraña de emociones atosigándote en
el interior, cuando el impacto que una representación de dos horas causa en ti
debido al tema que engloba es terriblemente fuerte. Dicho esto, tendré que
resumir el trabajo de Uva de Aragón (escritora de la novela) y Virginia Aponte
(directora de la obra teatral) en una simple palabra: extraordinario.
Folleto de la obra para el período de presentación en la UCAB (Montalbán) |
Arrepentida por no haber leído esta discreta novela cubana (más por el hecho de que no se consigue en ningún lado que por otra cosa), me toca referirme únicamente al maravilloso trabajo realizado por el elenco y el equipo técnico, que con una sencillez asombrosa plasmaron en el escenario las virtudes y vicios de Menchu y Lauri, dos hermanas que tras cuarenta años se reúnen para reponer tiempo perdido. No hay ni un solo detalle fuera de lugar, no hay momento donde la luz, la música y la actuación no estén apoyándose recíprocamente, no hay instante donde el espectador se sienta ajeno a la historia. Es imposible no ubicarse en una de las dos caras de la moneda y creo que la belleza de la obra está precisamente en este punto.
Me
atreveré, entonces, a decir que esta obra no tiene precedentes. La gama de
temas que toca, algunos de manera sutil y otros de forma cruda, es
impresionante; mas lo que le añade un toque de originalidad es que no muestra
una sola perspectiva. Normalmente estamos tan enfocados en defender y explicar
aquello en lo que creemos que no volteamos a ver a quien no comparte las mismas
ideas; y mucho menos respetamos la posibilidad de que otro tenga la razón o
parte de ella. Es verdaderamente complicado entender que no todos somos
iguales, que no queremos lo mismo, que las concepciones del mundo son variadas
y no por ello erróneas. Por esto, tener la oportunidad de vislumbrar los dos
ejes drásticos reflejados en Robertico (esposo de Lauri) y Lázaro (esposo de
Menchu) es un suceso incomparable.
No
es una obra que habla solo de quienes tuvieron que irse, sino también de
quienes quisieron quedarse. Es la historia de una Cuba tan dividida como la Venezuela
de estos días, una Cuba que desea pronunciarse y hacerse valer. Es,
simplemente, Cuba dibujada con precisión y dolor. La melancolía que atraen los
recuerdos, la tristeza de aquello que fue y aquello que no fue, la impotencia
de estar obligado a representar uno de los extremos son elementos muy
transparentes en la representación que te llevan a pensar hasta qué punto la
diferencia de ideales puede quebrar no solo el equilibrio de una sociedad sino
la vida de una familia.
Es
una historia que progresa continuamente porque con cada conversación se van
limando las asperezas entre Menchu y Lauri, quienes no desean recordar lo peor
de sus vidas: la separación a la que prácticamente fueron obligadas. Tras la
verborrea revolucionaria de Lázaro y la posterior decepción que siente al ver
cómo sus ideales son mancillados y manipulados y la divagación indignada de
Robertico ante el fallo de los planes de liberación, la discusión de ambas
hermanas alcanza un punto de equilibrio que refleja necesidad, alivio, afecto y
paz; conocer y aceptar las perspectivas es fundamental para promover el
entendimiento, la tolerancia y el respeto entre todos. El radicalismo del
sistema y de quienes se le oponen nos vuelve propensos a sufrir una separación
definitiva porque al final del día terminarán valiendo más las diferencias que
el amor; entonces nos tocará decidir quién queremos ser: Lauri y Menchu o
Robertico y Lázaro.
"Escribir la novela Memoria del Silencio fue una experiencia liberadora, que me preparó no solo para regresar a Cuba tras cuarenta años de exilio sino para volver una docena de veces más con el corazón abierto, aunque nunca sanen del todo las heridas del desgarramiento y las ausencias. El tiempo perdido, aprendí, se recupera en la memoria."
Uva de Aragón
8 de febrero del 2014
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