lunes, 5 de mayo de 2014

0, 5 y 8

Aunque tengo pendiente un trabajo para esta misma tarde, no he podido resistirme a la idea de escribir un par de líneas esta mañana sobre un tema que lleva días rondando mis pensamientos y que estalló hoy con los resultados de la última encuesta realizada por Datanálisis. Mientras escribo esto, afuera tengo a mi querido (nótese el sarcasmo, por favor) compañero matutino  sentado bajo un toldo forrado de propagandas políticas pintadas de rojo escarlata: el locutor del programa Petare al Día, cuyo nombre desconozco y que estos meses, desde que comencé la universidad y me toca quedarme en casa durante las mañanas, se ha convertido en una figura perpetua, despreciable y atosigante. Casi parece un marido por conveniencia, me despierto con él y por las noches espero no tener que verle o escucharle.

Sea como sea, la idea principal de estas líneas no es discutir mi relación de odio con este locutor mal pagado (lo siento, me hierve la sangre pensar en él y suelo expresarme de mala manera) aunque tiene referencia con la verborrea insustancial que emite. Habla de la guerra económica, de la guerra política, de la guerra contra el abuso extranjero… habla como un aguerrido chavista, un radical patriota, un precursor del socialismo que se ampara en la resolución educativa más reciente: la 058. Mi madre, esa señora que jamás se ha interesado en la política más allá de protestar entre dientes contra el gobierno, llegó hoy comentándome sobre ella con una indignación palpable tras asistir a una reunión en la escuela a la que asisten mis hermanos (y a la que asistí yo) donde se discutía si la aceptarían; y no es para menos.

Mucho se ha dicho desde que el Ministerio de Educación decidió promulgar este proyecto de la noche a la mañana; no pretendo dar un recuento, sino centrarme en una idea que el colectivo (un gran colectivo) comparte: esta resolución es un lavado de cerebro. Otro recurso de marca cubana que pretende coaccionar a los ciudadanos, desde muy pequeños, a admitir en su modo de vida las ideologías del gobierno. De ese gobierno que pretende aún hacernos creer que vivimos en democracia. En palabras más sencillas, la 058 no es más que otro golpe a la carta magna, que hoy solo encarna un montón de tinta y papel desvirtuado y usado asemejándose a un vulgar dama de compañía.

Es curioso como Nicolás Maduro manda a cargar las metralletas con balas, las escuelas con libros prediseñados y manipulados y la delincuencia con la máscara de la justicia mientras en cadena nacional pretende hacer creer que la vida en Venezuela es maravillosa, que estamos en un período idílico únicamente existente en libros de fantasía. Como dicen muchos, pareciera que Maduro y su séquito viven en Narnia. Sin embargo, la verdad es que no viven en ningún mundo ajeno a esta realidad; la verdad es que intentan hacerles creer a sus seguidores que ni siquiera Narnia está a la altura de Venezuela. ¿Consecuencia? Maduro en picada.

El fenómeno del chavismo es, a mi manera de ver, un estado de enfermedad que ocasiona ceguera, sordera y mudez. No soy de las que critica a los adeptos del chavismo ni a los maduristas porque opino que cada quien tiene todo el derecho de creer y decir lo que le venga en gana, pero esta vez lo haré con franqueza; así como respeto esas tendencias ajenas a mi comprensión, pido de la misma forma que el otro lado entienda las mías. Básicamente, también puedo creer y decir lo que me de la gana. Con las cartas sobre la mesa, sin tolerancia no llegamos a nada. Pero como redactó esta mañana Pedro Pablo Peñaloza en su artículo para el Universal, mientras la política nos separa los problemas nos unen. Y es tremendamente macabro que sea así.

La conversación con mi mamá sobre la 058, el noticiero matutino, los gritos histéricos de este locutor vecino, las constantes cadenas nacionales y el informe de Datanálisis se acumularon hoy para hacerme resucitar. Hacía muchísimo tiempo que no escribía con tanta naturalidad y me alegra poder tener mano firme para protestar por escrito el día de hoy. Porque la verdad, no me voy a cansar de repetirlo, Venezuela está sumida en la desgracia producida por sus propios habitantes y dirigentes; hoy son más grandes las diferencias que el cariño y el afecto que los venezolanos nos profesábamos en el pasado; hoy los únicos puntos donde convergemos son la desconfianza, el miedo, la tristeza, la desesperanza y las ganas de acabar de una vez con este episodio trágico en la historia para poder vivir en paz.

Hubo un tiempo donde Venezuela era conocida por el carácter afable de su gente, gente capaz de plantarle una sonrisa a cualquier adversidad y echar pa’lante contra viento y marea. Éramos conocidos como la cuna de las mujeres hermosas, la pista del joropo alegre, el país de paisajes bellos; conocidos por esa tendencia de sacarle conversación a cualquiera que se encontrara sentado a nuestro lado, ya sea en el metro, la consulta del médico o la cola del supermercado; conocidos por esa sabrosura que gozamos para bailar y cantar a viva voz así no sepamos hacerlo correctamente; conocidos por las ansias de prosperar, de trabajar, de sacar a nuestras familias adelante así dejáramos el pellejo en el día a día. ¿Y hoy? Hoy somos los cómodos, los indiferentes, los adormecidos, los que ofrecen petróleo a cambio de comida, los amamantados por un régimen corrupto. Sí, hubo un día donde Venezuela era amada y respetada. Hoy ya no es así.

No es así porque necesitábamos que quince años nos cayeran encima para darnos cuenta que prácticamente estamos abandonados a nuestra suerte, que la política es un juego mediático para mantenernos al margen; necesitábamos que la pantalla de humo cayera para entender en qué hueco nos habíamos metido; necesitábamos una verdadera desgracia para despertar nuevamente ese espíritu fogoso que todos llevamos dentro como herencia histórica. Creo, y por eso mi necesidad de afirmar que puedo creer y decir lo que me venga en gana, que Venezuela fue un país extraordinario y que puede volver a serlo, que su gente realmente puede recuperar esa felicidad fresca y esperanzadora que tenía. Pero esperando sentados a que un milagro caiga del cielo eso no será posible; Dios no ayuda a quien se abandona a sí mismo, a quien no cree ni lucha. 

Por eso, por la Venezuela de mujeres hermosas, del joropo alegre, de los paisajes bellos, no se limiten a adaptarse a esa normal anormalidad que poco a poco se ha vuelto el pan de cada día. ¿Cuán normal puede resultar que el gobierno nos pinte pajaritos en el aire? ¿Cuán normal es que todas las tardes estudiantes y personas inocentes sean acribilladas a mansalva en las calles? ¿Cuán normal es sentirse diminuto, pequeño, ajeno, apartado? Griten, chillen, escriban, protesten aunque lo prohíban, busquen los medios para alzar sus voces porque merecen ser escuchados. Súmense a la lucha estudiantil y trabajadora, realicen nuevos movimientos y alianzas, siéntanse parte de la tierra donde nacieron y crecieron. Acudan a asambleas y conferencias, interésense por leer y mantenerse informados, conversen y debatan con cualquier extraño sea del bando que sea; ¡Especialmente, olviden los polos políticos! No sean chavistas, no sean opositores... aunque sea un instante, sean venezolanos.

No dejen que el Estado les ordene cómo vivir, cómo pensar, cómo creer, cómo hablar… ¡No es quién para hacerlo! No es quien para decidir por nosotros, no es quien para acallar nuestras opiniones. Luchen contra la impotencia que produce la imposición del gobierno, luchen contra sus intentos de apoderarse de nuestra autonomía, luchen contra su desdén y su burla. Decidan ustedes cómo quieren vivir, pensar, creer y hablar, antes de que caiga sobre nosotros el peso de una consciencia dormida, el peso del conformismo que durante década y media ha intentado apoderarse de nosotros, antes de que nuestros hijos, hermanos, primos empañen su inocencia mientras son inducidos, vejados, atacados por ideologías fantasiosas, antes de que Venezuela se pierda en una nube de miseria y engaño, antes de que dejemos de sentirnos verdaderos venezolanos. 

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