Aunque
tengo pendiente un trabajo para esta misma tarde, no he podido resistirme a la
idea de escribir un par de líneas esta mañana sobre un tema que lleva días
rondando mis pensamientos y que estalló hoy con los resultados de la última encuesta
realizada por Datanálisis. Mientras escribo esto, afuera tengo a mi querido
(nótese el sarcasmo, por favor) compañero matutino sentado bajo un toldo
forrado de propagandas políticas pintadas de rojo escarlata: el locutor del
programa Petare al Día, cuyo nombre desconozco y que estos meses, desde que
comencé la universidad y me toca quedarme en casa durante las mañanas, se ha
convertido en una figura perpetua, despreciable y atosigante. Casi parece un
marido por conveniencia, me despierto con él y por las noches espero no tener
que verle o escucharle.
Sea
como sea, la idea principal de estas líneas no es discutir mi relación de odio
con este locutor mal pagado (lo siento, me hierve la sangre pensar en él y
suelo expresarme de mala manera) aunque tiene referencia con la verborrea
insustancial que emite. Habla de la guerra económica, de la guerra política, de
la guerra contra el abuso extranjero… habla como un aguerrido chavista, un
radical patriota, un precursor del socialismo que se ampara en la resolución
educativa más reciente: la
058. Mi madre, esa señora que jamás se ha interesado en la política más
allá de protestar entre dientes contra el gobierno, llegó hoy comentándome
sobre ella con una indignación palpable tras asistir a una reunión en la
escuela a la que asisten mis hermanos (y a la que asistí yo) donde se discutía
si la aceptarían; y no es para menos.
Mucho
se ha dicho desde que el Ministerio de Educación decidió promulgar este
proyecto de la noche a la mañana; no pretendo dar un recuento, sino centrarme
en una idea que el colectivo (un gran colectivo) comparte: esta resolución es
un lavado de cerebro. Otro recurso de marca cubana que pretende coaccionar a
los ciudadanos, desde muy pequeños, a admitir en su modo de vida las ideologías
del gobierno. De ese gobierno que pretende aún hacernos creer que vivimos en
democracia. En palabras más sencillas, la 058 no es más que otro golpe a la
carta magna, que hoy solo encarna un montón de tinta y papel desvirtuado y
usado asemejándose a un vulgar dama de compañía.
Es
curioso como Nicolás Maduro manda a cargar las metralletas con balas, las
escuelas con libros prediseñados y manipulados y la delincuencia con la máscara
de la justicia mientras en cadena nacional pretende hacer creer que la vida en
Venezuela es maravillosa, que estamos en un período idílico únicamente
existente en libros de fantasía. Como dicen muchos, pareciera que Maduro y su
séquito viven en Narnia. Sin embargo, la verdad es que no viven en ningún mundo
ajeno a esta realidad; la verdad es que intentan hacerles creer a sus
seguidores que ni siquiera Narnia está a la altura de Venezuela. ¿Consecuencia?
Maduro en picada.
El
fenómeno del chavismo es, a mi manera de ver, un estado de enfermedad que
ocasiona ceguera, sordera y mudez. No soy de las que critica a los adeptos del
chavismo ni a los maduristas porque opino que cada quien tiene todo el derecho
de creer y decir lo que le venga en gana, pero esta vez lo haré con franqueza; así como respeto esas tendencias
ajenas a mi comprensión, pido de la misma forma que el otro lado entienda las
mías. Básicamente, también puedo creer y decir lo que me de la gana. Con las
cartas sobre la mesa, sin tolerancia no llegamos a nada. Pero como redactó esta
mañana Pedro Pablo Peñaloza en su artículo para el Universal, mientras la
política nos separa los problemas nos unen. Y es tremendamente macabro que sea
así.
La
conversación con mi mamá sobre la 058, el noticiero matutino, los gritos
histéricos de este locutor vecino, las constantes cadenas nacionales y el
informe de Datanálisis se acumularon hoy para hacerme resucitar. Hacía
muchísimo tiempo que no escribía con tanta naturalidad y me alegra poder tener
mano firme para protestar por escrito el día de hoy. Porque la verdad, no me
voy a cansar de repetirlo, Venezuela está sumida en la desgracia producida por
sus propios habitantes y dirigentes; hoy son más grandes las diferencias que el
cariño y el afecto que los venezolanos nos profesábamos en el pasado; hoy los
únicos puntos donde convergemos son la desconfianza, el miedo, la tristeza, la
desesperanza y las ganas de acabar de una vez con este episodio trágico en la
historia para poder vivir en paz.
Hubo
un tiempo donde Venezuela era conocida por el carácter afable de su gente,
gente capaz de plantarle una sonrisa a cualquier adversidad y echar pa’lante
contra viento y marea. Éramos conocidos como la cuna de las mujeres hermosas,
la pista del joropo alegre, el país de paisajes bellos; conocidos por esa
tendencia de sacarle conversación a cualquiera que se encontrara sentado a
nuestro lado, ya sea en el metro, la consulta del médico o la cola del
supermercado; conocidos por esa sabrosura que gozamos para bailar y cantar a
viva voz así no sepamos hacerlo correctamente; conocidos por las ansias de
prosperar, de trabajar, de sacar a nuestras familias adelante así dejáramos el
pellejo en el día a día. ¿Y hoy? Hoy somos los cómodos, los indiferentes, los
adormecidos, los que ofrecen petróleo a cambio de comida, los amamantados por
un régimen corrupto. Sí, hubo un día donde Venezuela era amada y respetada. Hoy ya no es así.
No
es así porque necesitábamos que quince años nos cayeran encima para darnos cuenta
que prácticamente estamos abandonados a nuestra suerte, que la política es un
juego mediático para mantenernos al margen; necesitábamos que la pantalla de humo
cayera para entender en qué hueco nos habíamos metido; necesitábamos una
verdadera desgracia para despertar nuevamente ese espíritu fogoso que todos llevamos
dentro como herencia histórica. Creo, y por eso mi necesidad de afirmar que
puedo creer y decir lo que me venga en gana, que Venezuela fue un país
extraordinario y que puede volver a serlo, que su gente realmente puede recuperar esa felicidad fresca y esperanzadora que tenía. Pero esperando sentados a que un
milagro caiga del cielo eso no será posible; Dios no ayuda a quien se abandona
a sí mismo, a quien no cree ni lucha.
Por
eso, por la Venezuela de mujeres hermosas, del joropo alegre, de los paisajes
bellos, no se limiten a adaptarse a esa normal anormalidad que poco a poco se ha
vuelto el pan de cada día. ¿Cuán normal puede resultar que el gobierno nos
pinte pajaritos en el aire? ¿Cuán normal es que todas las tardes estudiantes y
personas inocentes sean acribilladas a mansalva en las calles? ¿Cuán normal es
sentirse diminuto, pequeño, ajeno, apartado? Griten, chillen, escriban,
protesten aunque lo prohíban, busquen los medios para alzar sus voces porque
merecen ser escuchados. Súmense a la lucha estudiantil y trabajadora, realicen
nuevos movimientos y alianzas, siéntanse parte de la tierra donde nacieron y
crecieron. Acudan a asambleas y conferencias, interésense por leer y mantenerse
informados, conversen y debatan con cualquier extraño sea del bando que sea;
¡Especialmente, olviden los polos políticos! No sean chavistas, no sean
opositores... aunque sea un instante, sean venezolanos.
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