Febrero es el mes más corto
del año y en Venezuela contiene una cantidad considerable de fechas
conmemoradas al orgullo nacional; desde el afamado día de la Virgen de la
Candelaria, pasando por el fallido Golpe de Estado de 1992 (que por asombroso
que parezca es motivo de fiesta hoy en día gracias al gobierno) y llegando al
importantísimo día celebrado en honor a la Batalla de la Victoria. Este año
2014, febrero parece convertirse nuevamente en el escenario de un movimiento
gestado espontáneamente, casi por accidente.
No pretendo convertir este
escrito en una simple crónica, porque dar una cronología a los hechos que se
han venido suscitando estos días es terriblemente complicado a causa de la
falta de información; por el contrario, escribo hoy para dar mi testimonio de
lo que implica toda esta situación, que paulatinamente se ha tornado iracunda y
angustiosa. Para Venezuela, la semana dio inicio el miércoles 12 de febrero y
continuó con una serie de hechos que para el día de hoy, 14 del mismo mes, no
finalizan.
Como dije anteriormente, no es fácil aclarar que ha sucedido. Soy una de las pocas que, a petición de sus padres, tuvo que quedarse en casa mientras los estudiantes –y otras personas, no engañaré diciendo que solo eran universitarios- eran perseguidos y atacados por efectivos de la policía y la guardia nacional, personas que un día juraron protegerlos, en las calles de las ciudades más importantes del país. Con los medios nacionales cerrados y dispuestos para la censura, a los venezolanos solo nos queda confiar en Twitter, Facebook o Instagram para informarnos de la realidad. Y notamos, entonces, que la realidad ha adquirido una tonalidad muy oscura.
febrero 14, 2014 12:17pm // Cortesía de La Patilla |
Como dije anteriormente, no es fácil aclarar que ha sucedido. Soy una de las pocas que, a petición de sus padres, tuvo que quedarse en casa mientras los estudiantes –y otras personas, no engañaré diciendo que solo eran universitarios- eran perseguidos y atacados por efectivos de la policía y la guardia nacional, personas que un día juraron protegerlos, en las calles de las ciudades más importantes del país. Con los medios nacionales cerrados y dispuestos para la censura, a los venezolanos solo nos queda confiar en Twitter, Facebook o Instagram para informarnos de la realidad. Y notamos, entonces, que la realidad ha adquirido una tonalidad muy oscura.
No es un secreto, al menos
para la mayoría de nosotros, que Venezuela es un país colmado de penurias y
padecimientos; inseguridad, desabastecimiento, corrupción, escases, censura y
represión podrían ser enumerados como los principales problemas. Lo cierto es
que además de la grave crisis económica y política, esta hermosa Nación es
víctima de un problema social que este gobierno tiránico ha remarcado como si
le encantara poner el dedo sobre la llaga; hoy más que nunca Venezuela está
partida en dos mitades y es imposible decir cuál de ellas se encuentra peor.
Las protestas realizadas
durante estos dos días, que poco a poco adquieren fuerza, son el producto de
una chispa que ha tratado de ser apagada durante muchos años. Diminuta al
principio, hoy parece humear para definitivamente explotar en la cara de un
sistema antidemocrático como una bomba de insuperables magnitudes. Lo comenté
el pasado mes de diciembre, nadie sabe con certeza qué es lo quiere lograr con
tanto alboroto, solo se escuchan las consignas de un pueblo que busca el cambio
porque tras quince años de opresión no pueden soportarlo más. El problema es,
¿Qué pasará después? ¿Qué sucederá cuando Caracas, Valencia, San Cristóbal y
Venezuela entera esté prendida en llamas?
No hay líderes que podamos
seguir, la confianza depositada en los dirigentes de la oposición y los
miembros del oficialismo se ha convertido en una pantalla de humo. Las personas
comienzan a salir a las calles porque no quieren vivir atadas, no quieren
esperar el tiempo de Dios aunque sea perfecto… porque han sido silenciados
durante demasiados años y de maneras inhumanas. La democracia en Venezuela,
manchada con sangre patriota, no es una realidad porque el régimen empieza a
adentrarnos en lo que será, posiblemente, la peor de las dictaduras y de eso se
sabe bastante en este país.
Vengo diciendo desde hace
mucho que espero un cambio. Confié ciegamente en figuras que se han quebrado a
lo largo del último año y hoy no consigo consuelo en ninguna propaganda
política, no encuentro a ningún líder definido. Y en estado semejante se
encuentran muchos, razón por la cual centenares de personas continúan adheridas
a las calles entonando protestas continuas sin escuchar las voces de la MUD o
las voces del gobierno. Venezuela marchó ayer, marcha hoy y marchará mañana
porque tiene ganas de vivir; y está tan acostumbrada a los oídos sordos, a las
respuestas amenazantes, al cruel atropello que está dispuesta a tomar cualquier
camino que sea necesario. El problema es, ¿Quién asumirá el mando cuando caiga
Nicolás Maduro? Realmente, ¿Qué cambio estamos buscando? Ya no se trata de
encontrar soluciones, se trata de buscar la supervivencia de los venezolanos.
Igual que mis compatriotas
no creo más en los Poderes Públicos ni en salidas electorales; entiendo por qué
gritan, comparto la necesidad de ser escuchada por quienes llevan las riendas del
país –y el mundo- y apoyaré hasta el fin de mis días cada canto que hagan. Por esto
les diré a los líderes que encendieron la llama y a los líderes que quisieron
apagarla: se les agotó el tiempo, empiezan a perder el control. Afuera hay un
pueblo furioso, hay un pueblo muerto de hambre, hay un pueblo cansado de subsistir
en una realidad injusta, hay un pueblo que camina a ciegas en la oscuridad para
encontrar la salida del túnel aunque al final se tropiece con un inminente
caos.
Y ese es el pueblo en el que
creo, ese es el pueblo al que pertenezco. Creo fervientemente que no se
conformarán con las migajas de pan que puedan darle, creo en la fuerza de
voluntad que tienen para continuar luchando, creo en que no se entregarán de
nueva cuenta a este régimen opresor. No es el tiempo de Dios, es el tiempo de
Venezuela. No es momento de esperar que alguien nos dirija, es momento de coger
al toro por los cuernos y decidir qué es lo que queremos… es momento de
convertirnos en líderes.
febrero 14, 2014 12:17pm // Cortesía de La Patilla
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A los medios nacionales, ¿Su compromiso no es con la verdad? Son profesionales que un día decidieron dedicarse a la comunicación; la comunicación es la entrega de conocimiento y el conocimiento es poder, es fuerza, es voz. Son el vínculo que une personas, ciudades, estados, países, continentes… son el espejo de la realidad, no la empañen a base de engaños. ¿Pueden dormir sabiendo que incumplen con su deber? ¿Tiene más peso la amenaza de CONATEL que el llanto de un pueblo desinformado? No es posible que debamos confinarnos a las redes sociales, no es justo que debamos conformarnos con sintonizar a NTN24 por Internet. Muertos, heridos, desaparecidos… ¿Cuántas familias han sido dañadas estos quince años? ¿Cuántas personas son obligadas a quedar ocultas entre las sombras? ¿Cuánto ha sido escondido para evitar una sanción? Es una vergüenza la televisión y la radio en este país.
Lo mismo para los
presidentes de todas las Naciones y Estados y para los que rigen los organismos
de la ONU, ¿Qué les sucede? ¿Qué espera el mundo para pronunciarse? ¿Por qué se
habla de Irán, de las Coreas, de Rusia, de Estados Unidos si en Venezuela
también batallamos una guerra de múltiples aspectos? No quiero pensar que
esperan ver una verdadera masacre para tomar medidas, no quiero pensar que
esperan ver el final de los venezolanos. Nadie espera que ingresen los cascos
azules, que se envíe una bomba nuclear… solo se quiere solidaridad, porque aquí
también alzamos la voz para ser escuchados. Tantos países que defienden la
democracia, tantos presidentes que se autodenominan defensores de los derechos
humanos… ¿Cómo pueden guardar silencio?
Sé que sonaré muy descarada
escribiendo esto desde la comodidad de mi casa, pero fuera de estas paredes continúan
congregándose los estudiantes a sabiendas de que arriesgan su vida. Gritan,
chillan, patalean. Tienen insignias tricolores con estrellas blancas, pancartas
con certeras quejas, se saben de memoria el himno nacional y no le tienen miedo
a los perdigones. Son la representación de la esperanza, de la búsqueda de paz,
del cambio. Pueden rodearlos policías, guardias y militares y no amainarán su firmeza,
pues correrán a esconderse de la euforia sangrienta y retornarán con más potencia.
No abandonan la calle porque esa es la salida.
Febrero se ha constituido
como el escenario de una verdeara revolución y corren rumores de que marzo también
lo será. Ojalá esta entrada no pase a ser otro simple comentarios respecto al
tema y todo su contenido se cumpla; si no defendemos lo que se ha venido
construyendo desde el miércoles doce, estaremos perdidos… encendemos la llama
ahora o estaremos condenados a vivir en las penumbras.
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