Fiel a la idea de
publicar continuamente en este espacio y motivada por la alianza de Escritores
Sin Nombre, me propongo a escribir la siguiente entrada sin ánimos de
presentarme como una magnánima crítica de la literatura. Estoy verdaderamente
decidida a olvidarme de las temáticas oscuras, al menos de momento. Hoy vengo a
ocuparme de algo que adoro hacer: leer y opinar.
La lectura es mi
pasatiempo favorito, aunque hay etapas en las que me desligo de esta actividad
con suma facilidad; la lectura es la razón constitutiva de mis proyectos, de la
fastidiosa necesidad que tengo de ejercer opinión sobre todo y básicamente de
mi vida en general. Es uno de los principales motivos por los que escogí
estudiar Licenciatura en Letras, aunque curiosamente la universidad no me deja
leer tanto como quiero o por lo menos no me permite sentarme a ojear los libros
que me interesan. Sin embargo, el diciembre pasado aproveché mis cortas
vacaciones para devorar un ejemplar muy grueso de Anna Karénina que llevaba años cogiendo polvo en mi estantería.
Poder alegar algo que
tenga peso sobre las obras de Lev Tolstoi es verdaderamente difícil, por lo que
ni siquiera voy a meterme con él directamente. Como primer alegato debo decir
que adoré profundamente la novela a pesar de que algunas partes me parecieron
un poco flojas. El primer motivo que tuve para leer el libro –además de un poco
de tiempo libre- fue el hecho de que ansiaba ver la película (la versión del
2012), pero me negué a hacerlo hasta haber leído el libro. Y no me arrepiento
de mi decisión porque me llevé un fiasco con la producción; como es natural, es
esa decepción la que me termina llevando a escribir estas líneas.