“Las cosas que hacen feliz,
amigo Marcial, la vida,
son: el caudal heredado,
no adquirido con fatiga;
tierra al cultivo no ingrata;
hogar con lumbre continua;
ningún pleito, poca corte;
la mente siempre tranquila;
sobradas fuerzas, salud;
prudencia, pero sencilla;
igualdad en los amigos;
mesa sin arte, exquisita;
noche libre de tristezas;
sin exceso en la bebida;
mujer casta, alegre, y sueño
que acorte la noche fría;
contentarse con su suerte,
sin aspirar a la dicha;
finalmente, no temer
ni anhelar el postrer día.”
Marco Valerio Marcial
Bílbilis (Calatayud) 40-104
La
felicidad es cuestionable. Todos somos capaces de sentirla, aunque sea un
instante de nuestras vidas; está escondida en las sonrisas verdaderas y busca
propagarse. Sin embargo, dentro de nosotros se crea una lucha interna de
demonios encarnados en inseguridades, miedos y frustraciones. Tenemos el alma
corroída por la agonía y el malestar porque en el fondo sentimos el peso de la
dificultad, la presión de nuestras acciones y la desesperación de no saber cómo
salir del hoyo donde acabamos cayendo. A causa de esto buscamos con afán un haz
de luz en la oscuridad, que sea capaz de iluminar nuestros días con alegría. La
naturaleza humana nos llama, quiere aceptación de sus iguales, porque un alma
acompañada siempre podrá cargar con el peso de sus culpas.
Es
tan frágil la paz que se obtiene, que encontrarla se convierte en el más
peligroso éxtasis. Rezamos, imploramos, suplicamos por la sencillez de una
cálida mirada que alivie el dolor de nuestros corazones; deseamos un par de
caricias amorosas, unos labios amables… Creemos en la feliz compañía. Porque
dos almas conectadas siempre podrán prestarse aliento.
Noches descargadas de todo cuidado…
¿Es posible conseguir la vida feliz? ¿Llegamos a saborearla? Su esplendor es
efímero y cuidadoso, sigiloso y soberbio; se esconde de la avaricia y la
perfidia de los seres que sin consideración alguna manipulan y proclaman su
nombre una y otra vez; se mofa de la ingenuidad de los menos agraciados y dichosos,
conociendo la gravedad de sus delitos; arropa la inocencia de aquellos que aún
se mantienen puros y castos, negándose a seducirlos… pues bien sabe que son
estos los únicos capaces de resguardarla; presta guardia a los amantes que
comparten lecho tras intercambiar suspiros, porque la pasión de sus cuerpos
merece aclamarla. Y entonces, tras años y años de persecuciones, se cuela en
los últimos alientos de los desafortunados, de los mártires, de las víctimas
pidiendo perdón mientras se entrega. Sabe, como todo aquel que trata de atraparla,
que nadie en vida alcanzará su plenitud.
Son
los deseos de la humanidad, un género vil y despiadado, los que mantienen diligente
el idealismo de una vida perfecta. No comprende el ser que se nutre de crueldad
que tal cosa solo puede existir en un sueño. Un maravilloso sueño donde
sorprendentes cosas pueden ocurrir, donde se alucina con la vida feliz, donde
el amor es la respuesta a todos los dilemas, donde la culpa no da cabida, donde
son eliminadas las penas.
Allí
la sabiduría se unirá milagrosamente con la sencillez y podrá responder con
vaguedades cuestiones importantes y las personas, cuyos pueblos llorosos habían
fundado gobiernos ineficientes, se olvidarán del dolor y los problemas. Será
ese sueño también el lugar donde no habrá enfermedad y todos olvidarán lo que
es añorar un ser amado, dejando atrás la escondida injusticia y el sabor de la
pérdida; donde la tierra será fértil eternamente y producirá amigos ideales; donde
dejaremos de buscar la ternura de un abrazo, donde los ósculos perderán
significado, donde mirarse a los ojos ya no tendrá sentido. El sentimiento de
un simple gesto se perderá en ese escueto sueño, porque el mundo externo dejará
de conmovernos. La adoración no mermará la desolación, las piezas nunca se
acoplarán. Nuestro ególatra corazón comprenderá la importancia de latir a favor
de otro.
Y
sabrá el ser humano, ese que es déspota y abominable, que solo busca un retazo
de amor en cada momento de su vida; buscará no la plenitud de la vida feliz,
sino la creación de un mosaico de matices y colores sin orden alguno que encajen
correctamente. Porque solo la visión de esos instantes accidentales, tan
incorrectos e imperfectos, pueden enseñarnos el significado de vivir aun en la
ausencia de la aclamada plenitud.
~~~
Marco
Valerio Marcial fue un poeta hispanorromano, uno de los más notables escritores
de epigramas satíricos de la antigüedad. Sus obras (un conjunto de poemas
breves) pueden conseguirse en internet gracias a la Institución Fernando el
Católico. ¿Qué
más puedo decir? Vale toda la pena del mundo leerlos.
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