lunes, 16 de diciembre de 2013

La cúspide de la vida

“Las cosas que hacen feliz,
amigo Marcial, la vida,
son: el caudal heredado,
no adquirido con fatiga;
tierra al cultivo no ingrata;
hogar con lumbre continua;
ningún pleito, poca corte;
la mente siempre tranquila;
sobradas fuerzas, salud;
prudencia, pero sencilla;
igualdad en los amigos;
mesa sin arte, exquisita;
noche libre de tristezas;
sin exceso en la bebida;
mujer casta, alegre, y sueño
que acorte la noche fría;
contentarse con su suerte,
sin aspirar a la dicha;
finalmente, no temer
ni anhelar el postrer día.”

Marco Valerio Marcial
Bílbilis (Calatayud) 40-104

La felicidad es cuestionable. Todos somos capaces de sentirla, aunque sea un instante de nuestras vidas; está escondida en las sonrisas verdaderas y busca propagarse. Sin embargo, dentro de nosotros se crea una lucha interna de demonios encarnados en inseguridades, miedos y frustraciones. Tenemos el alma corroída por la agonía y el malestar porque en el fondo sentimos el peso de la dificultad, la presión de nuestras acciones y la desesperación de no saber cómo salir del hoyo donde acabamos cayendo. A causa de esto buscamos con afán un haz de luz en la oscuridad, que sea capaz de iluminar nuestros días con alegría. La naturaleza humana nos llama, quiere aceptación de sus iguales, porque un alma acompañada siempre podrá cargar con el peso de sus culpas.

Es tan frágil la paz que se obtiene, que encontrarla se convierte en el más peligroso éxtasis. Rezamos, imploramos, suplicamos por la sencillez de una cálida mirada que alivie el dolor de nuestros corazones; deseamos un par de caricias amorosas, unos labios amables… Creemos en la feliz compañía. Porque dos almas conectadas siempre podrán prestarse aliento.

Noches descargadas de todo cuidado… ¿Es posible conseguir la vida feliz? ¿Llegamos a saborearla? Su esplendor es efímero y cuidadoso, sigiloso y soberbio; se esconde de la avaricia y la perfidia de los seres que sin consideración alguna manipulan y proclaman su nombre una y otra vez; se mofa de la ingenuidad de los menos agraciados y dichosos, conociendo la gravedad de sus delitos; arropa la inocencia de aquellos que aún se mantienen puros y castos, negándose a seducirlos… pues bien sabe que son estos los únicos capaces de resguardarla; presta guardia a los amantes que comparten lecho tras intercambiar suspiros, porque la pasión de sus cuerpos merece aclamarla. Y entonces, tras años y años de persecuciones, se cuela en los últimos alientos de los desafortunados, de los mártires, de las víctimas pidiendo perdón mientras se entrega. Sabe, como todo aquel que trata de atraparla, que nadie en vida alcanzará su plenitud.

Son los deseos de la humanidad, un género vil y despiadado, los que mantienen diligente el idealismo de una vida perfecta. No comprende el ser que se nutre de crueldad que tal cosa solo puede existir en un sueño. Un maravilloso sueño donde sorprendentes cosas pueden ocurrir, donde se alucina con la vida feliz, donde el amor es la respuesta a todos los dilemas, donde la culpa no da cabida, donde son eliminadas las penas.

Allí la sabiduría se unirá milagrosamente con la sencillez y podrá responder con vaguedades cuestiones importantes y las personas, cuyos pueblos llorosos habían fundado gobiernos ineficientes, se olvidarán del dolor y los problemas. Será ese sueño también el lugar donde no habrá enfermedad y todos olvidarán lo que es añorar un ser amado, dejando atrás la escondida injusticia y el sabor de la pérdida; donde la tierra será fértil eternamente y producirá amigos ideales; donde dejaremos de buscar la ternura de un abrazo, donde los ósculos perderán significado, donde mirarse a los ojos ya no tendrá sentido. El sentimiento de un simple gesto se perderá en ese escueto sueño, porque el mundo externo dejará de conmovernos. La adoración no mermará la desolación, las piezas nunca se acoplarán. Nuestro ególatra corazón comprenderá la importancia de latir a favor de otro.

Y sabrá el ser humano, ese que es déspota y abominable, que solo busca un retazo de amor en cada momento de su vida; buscará no la plenitud de la vida feliz, sino la creación de un mosaico de matices y colores sin orden alguno que encajen correctamente. Porque solo la visión de esos instantes accidentales, tan incorrectos e imperfectos, pueden enseñarnos el significado de vivir aun en la ausencia de la aclamada plenitud.

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Marco Valerio Marcial fue un poeta hispanorromano, uno de los más notables escritores de epigramas satíricos de la antigüedad. Sus obras (un conjunto de poemas breves) pueden conseguirse en internet gracias a la Institución Fernando el Católico.  ¿Qué más puedo decir? Vale toda la pena del mundo leerlos. 

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